Por múltiples razones me ha fascinado esta novela de cien páginas en la cual su autora, Emelda Ramos, manifiesta su sólida formación académica al estructurar acuciosamente la trata del texto, mezcla de realismo y fantasía; donde además muestra dominio general y originalidad en su lenguaje, enseña su erudición regionalista y su cultura dominicana, no exenta de fina sensibilidad poética.
Si el propósito inicial de la autora fue el de preservar el lenguaje vivo en el Valle de La Vega Real con sus hermosos parajes de Ojo de Agua, San José de Conuco, Los Limones, Jayabo, de Salcedo, donde nació en 1948, se puede asegurar que su libro ha logrado metas más ambiciosas y difíciles, como la de su forma en fluido contrapunto, como la admirable naturalidad que logra al fundir el lenguaje folklórico con el lenguaje culto y la originalidad que significa darle a la edición final de ciertos párrafos descriptivos, el contorno de la cosa que se describe: ovalado en el caso de un retrato de mujer, de pórtico ojival, para el párrafo que da acceso a la casa solariega; oraciones oblicuas, verticales ascendentes y descendentes como los trillos que andan los terrenos ondulados por cerros de poca altura.
Es un aporte
técnico-experimentalista, muy imaginativo, que la Editora Taller se luce en
desplegar junto a las reproducciones de los dibujos realistas del reconocido
pintor salcedense Virgilio García.
El contrapunto narrativo,
desde la perspectiva del tiempo, transcurre al ritmo de cinco generaciones. Un
hilo continuado de la familia que comienza con Sabas y Casimira, primera
generación testigo,(igual que como en Fuenteovejuna), del homicidio contra
Camilo Camilo, el poseedor de las encomiendas que causarían el despojo de las
tierras de las familias asentadas en la región.
La imaginación de los
pobladores, exaltada por el crimen, transforma su miedo al poderoso personaje
muerto en una serie de mitos pavorosos.
Cito a la autora: “Entonces
los habitantes de la maga infancia fuimos dominados bajo el señorío de su
terror omnímodo y fantástico. Y no podíamos dudarlo. Es más, vivíamos su
existencia y todos nuestros días se convirtieron en un solo presentimiento de
que aparecería por las noches. Y, en aquel tiempo, todas nuestras noches se
clasificaron en dos: aquellas en que apareció y las otras en que soñamos que
vendría.”
Siguiendo el hilo de la
trama, vemos que pasa detalladamente por la mente de un personaje importante:
la bisabuela Casiana; hilvana la
generación de los padres de la autora y sus miedos a la represión trujillista;
pespuntea sobre la vida de la autora dedicada a renacer los recuerdos y
leyendas y ocupada en levantar la quinta generación, la de sus hijos.
Aunque estos no participan
en los relatos explican la función matriarcal de Casiana como tatarabuela: al
final se produce un cierre circular con la unión de Casiana y Juanico, su primo
hermano, jóvenes aun, que santiguados por las dispensas eclesiásticas, repasan
los trillos del pasado y marchan rumbo a un porvenir florecido y aromado que
visionaba Casiana con sus poderes extrasensoriales.
Emelda Ramos llama trillos
a cada sección de su novela y, en efecto, son trillos que conducen al recuerdo
del terror oculto en los mitos que cada generación va transformando y sintiendo
como recuento de tenebrosas leyendas fantásticas o como experiencias de horrendos hechos de
sangre reales.
Esa trama va eslabonándose
con una técnica escriptural cohesiva. Al final de un trillo o capítulo aparece una frase o un personaje que será el
elemento de apertura al próximo capítulo.
La palabra trillo aparece
como un ritornello incesante a lo
largo de todo el texto y trillo es camino, sendero, destino, personaje, fe,
naturaleza, conjuro, división, confluencia. Dondequiera se emplea esa palabra
con versatilidad en su significación. Por ese importante factor coherente se
llama también la novela “Por los trillos de la leyenda”.
También hay en esta novela
un contrapunto paralelo entre las leyendas fantásticas y los sucesos de
realismo histórico, como son: el homicidio perpetrado contra el proyecto
despojador de tierras de Camilo Camilo, el tirano de Ulises Hereaux, Lilís ; el
ajusticiamiento de Trujillo y otras ocurrencias que arriban al presente
desprovisto de los míticos miedos ancestrales que lentamente se han
transformado y dividido en el culto de magia negra, el voudou y su point loup garou,
el galipote dominicano, en la fe sostenida por el cristianismo liberador, capaz
de fulminar los demonios con solo poner grandes cruces en el sitio de la
aparición.
Es sorprendente y admirable
pensar que todo está contenido en un texto tan agradable y breve que, antes de
escribirse, necesitó tanta investigación, recolección de datos y organización
de materiales. Este trabajo investigativo, sistemático, realizado por la
profesora-narradora Emelda Ramos, aumenta aún más los méritos de su obra.
Al principio mencioné la admirable fusión de lenguajes, folklórico y
culto, que sirven de medios expresivos a la autora. Un glosario de ciento
sesenta palabras del habla cibaeña, con una grandísima cantidad de arcaísmos
que, por desuso, parecen incorrecciones y no lo son, reúne los vocablos de
interés lingüístico. Como están señalados por asteriscos y explicados al pie de
las páginas, no voy a dedicarles comentarios detallados. Pero sí es justo
detenerse, aunque sea brevemente para citar algunas frases del rico lenguaje
con que la autora engalana su obra.
Bajo un estilo conciso y
coherente anoto las siguientes:
1…“fatal visitante de sus
insomnios infantiles como ahora lo es de los nuestros.”
2…“la angustia de Casiana
confluía en un punto de la misma tierra, la tierra herida de la cual se levantaba un llanto de polvo
pardo.”
3…. “un disparo de un
Remington 12 viajó por aéreo trillo en no se sabe cuántos santiguos, resguardos
y maleficios.”
4… “salíamos de un velorio
para ir a otro, y de allá volvíamos sobre nuestros pasos en un círculo
siniestro.”
Con un estilo poético
encontramos en los siguientes ejemplos:
1…“doce antorchas horadan la noche como lunas
crispadas y deformes.”
2…“en su mente de incontables pensamientos y
maquinaciones se teje más noche que la que nos rodeaba.”
3…“el sueño esta arisco, temeroso de
vaciar nuestras mentes, mientras afuera atravesamos quebradas, los trillos se
van llenando de pisadas de otros seres que no duermen ni siquiera el sueño
perenne de las ciegas sombras.”
5… “cuando
la visión pasaba preñaba nuestro mundo de presagios.”
6…“un
grito que congela nuestra noche y lanza la esfera del miedo al infinito.”
7…“las
lilas brotaban y se multiplicaban mediante el misterioso maridaje del cieno, el
agua y el cielo.”
8…“ellos
sí saben leer en las sombras del tiempo,
saben que hay espantos que nos circundan y que nunca se entierran.”
Emelda Ramos también aporta
un estilo original con gracia y precisión.
Cito:
1…“el leguleyo-enchalinao-jojoto-pueblano-puñetero-conficao-fisicundo”
como descripción de Don José María Garrigosa, abogado de Camilo Camilo”.
2…“al sentarse en el verdinoche de la yerba”.
3… “la tristeza llenó más los platos que el sancocho en nuestra
mesa.”
4… “el niño de ojos turquesa marchó en trance
hipnótico hasta aquellos planitiempos y volvió, sí, pero volvió sin volver y
vivió loco para siempre.”
5… “Presto y a pesar del granizo de sus
venas, desenfundó el cuchillo.”
6… “las cosas pasaban de castaño oscuro
castaños eran los ojos y el crespo pelo del hombre.”
7…”ellos llegaban al último umbral de lo
soportable para que un hombre no muera de terror.”
La captación de la forma de
hablar del campesino de la región del Valle Cibaeño da origen a diálogos de una
belleza ingenua y no por eso menos estremecedora:
Al encontrarse Tilo, el
hacedor de coplas y décimas con la fragante juventud de Casianita le dice:
“¡A Dio la gracia! Que
cuando una mosa que sea señorita y no haya dao amore pisa un conuco le trae
dicha, poique la tierra da lo mejore fruto. Poi lo trillo que tu pisa la tierra
se bendice en flores.”
La fina intervención de
esta joven autora, Emelda Ramos, remata la belleza del encuentro cuando añade más
adelante:
“Tilo se sintió invadido
por el aroma de pachulí que venía de los pies de la muchacha o del candor de
sus quince años, y asciende, se posesiona de sus sentidos y lo transporta. En
esos instantes Tilo no sabe que ese aroma no se irá nunca de ellos. etc.”
Al leer lo que escribe
Emelda Ramos dos cosas distintas suceden al lector dominicano, sobre todo al cibaeño:
una, le hace florecer imágenes
adormecidas por el olvido y el tiempo y otra, le obliga a sentir un NOSOTROS SOMOS del cual pocos escritores se han hecho
eco.
En este texto hay un
misterio que yo llamaría de identificación cultural. Al leerlo siente uno
revivir un pasado tan lejano como los sucesos no vividos, tan viejos como los
principios de la vida nacional dominicana que uno no conoció, tan auténticos
como las fantasías de los cuentos que creímos ciertos y estremecieron nuestra
inocencia infantil.
¿Qué poder tienen esos
relatos que los hace parecer creíbles y nuestros?
¿Es acaso el suceso? ¿Es la
historia? No lo creo; más bien pienso que es el estilo de contar y su
revestimiento de palabras familiares, propias del tiempo atrás, cuando las
empleaba la gente vieja que conocimos y alcanzaron a contarnos los misterios de
sus fantasmas y sus miedos. Miedos que tuvieron también su matiz positivo cuando
era miedo al deshonor, a la cobardía, miedo a la infertilidad de su trabajo, o
de su semen prolífico con el que perpetuaban su apellido, su nombre y la
especie en los vástagos familiares.
El ambiente de muchas de
esas leyendas vive aún en el fondo de nuestro cerebro donde acecha otra pléyade
de miedos más fulminantes y destructivos para la naturaleza humana. Miedos que
vapulean la paz con las amenazas de accidentes, atracos, crímenes, armas
mortíferas y las guerras expansivas.
El miedo atrapado para siempre
por Emelda Ramos al recorrer los trillos de las leyendas dominicanas nos
conmueve. Tiene cierta cualidad nostálgica y suave si se compara con el pánico
que produce la amenaza de liberar los aprisionados neutrones que harían
explotar el mundo en una sola llamarada, sin leyendas ni fantasías.
Una novela como El Despojo,
de esta nueva joven narradora dominicana, enriquece la producción artística y bibliográfica
dominicana, por lo cual yo invito a
leerla.
Aída Bonnelly de Díaz
12 de julio de 1985.
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