Casa frente al azul

Casa frente al azul
Nací el otoño del 48, en San José, un paraje ribereño del río Aguas Frías, frente a Ojo de Agua, en la finca cacaotalera que plantó el abuelo materno de mi padre, en tiempos de la Restauración de la República Dominicana; terreno que posteriormente fue partido en dos por la carretera Salcedo-Tenares. En ese enclave levantaron mis padres Gustavo Ramos Portorreal y Ana Concepción Tejada Bretón, la casa de madera donde nací, crecí, me multipliqué en dos hijas y un sin fin de historias. En esa vivienda que llamo "Mi casa de frente al azul", por tener siempre a la vista la comba celeste, el azul pizarra del Cerro de La Cruz y ante el portal, en el cielo, la estrella polar, es donde gracias a Dios aún vivo, medito, me afano, me sueño, me escribo.* * Génesis, pasión, identidad y búsqueda de una escritora dominicana: Emelda Ramos. La palabra Rebelada / Revelada: el poder de contarnos. Ediciones Femlibro, Editorial Guapané, New York, 2011.

lunes, 15 de julio de 2024

Cien años de la publicación de VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA en la Biblioteca Nacional

 














Los poetas José Enrique Delmonte, Juan Carlos Mieses, la escritora Emelda Ramos, el sociòlogo e historiador José del Castillo, Rafael Julián, el embajador de Chile: Axel Cabrera; el director de la Biblioteca Nacional Pedro Henrìquez Ureña, Rafael Peralta Romero, la poeta Soledad Àlvarez, Mateo Morrison y Basilio Belliard en el ocasión de los cien años de VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÒN DESESPERADA, celebrada el 12 de julio, fecha del natalicio de Pablo Neruda, autor del poemario.



Veinte poemas de amor y una canción desesperada

«Publicado originalmente el 15 de junio de 1924, este poemario se ha convertido en el más vendido y traducido de la historia en lengua española, y catapultó a Pablo Neruda a la fama mundial cuando contaba tan sólo con diecinueve años de edad. Fruto de su juventud, pero también de una madurez y destreza inusitadas en el uso del lenguaje, Neruda parte de la influencia poética modernista para crear una nueva expresividad. En estos poemas, donde emergen los paisajes naturales de su Chile natal, el autor proclama la tristeza y la angustia, pero también el gozo y la sensualidad que provoca en el ser humano la experiencia del primer amor».

«La poesía de Pablo Neruda se levanta con un tono nunca igualado en América, de pasión, de ternura y sinceridad ». Federico García Lorca

jueves, 9 de mayo de 2024

«¡Quemen el río! de Emelda Ramos es una gran novela testimonial digna de ser leída por los nacionalistas». Manuel Mora Serrano

Cayo Báez 

 «Cuando supe que mi admirada escritora Emelda Ramos tenía un texto titulado ¡Quemen el río!, lo más lejos que tenía frente a mi perplejidad por lo bilingüe: Burn the river!, que me parecía una más de esas novelas exotistas que se desarrollan en Estados Unidos o Inglaterra, que por suerte no abundan demasiado.

Ella no me develó su secreto. Al abrirlo y hojearlo, luego de leer la contraportada: «En esta novela breve, los nombres de los personajes son reales, todos vivieron, incluso algunos muy cerca de quien ha cosido estos testimonios inéditos, de la época de la primera Intervención norteamericana de 1916».

Me dispuse a tomar en serio lo que dijera. Una novela testimonial, sobre una temática que parecía muy explotada literariamente hablando, solo la salvaba, como a Pedro Páramo de Juan Rulfo, la literatura. Y en verdad, ella lo hizo como pude comprobarlo y al comenzar con deleite a saborear despacio, página por página, este manjar literario histórico.

Conocía algunos textos sobre ese luctuoso acontecimiento histórico, habiendo padecido la segunda Invasión gringa de 1965 con persecuciones y cárcel, pero estaba lejos de conocer detalladamente algunos hechos históricos que nadie había tocado y que no habían preocupado a otros escritores de Salcedo, como no han preocupado a los jóvenes de San Francisco de Macorís para detallar los acontecimientos de esa ciudad, tan combatiente y combatida.

Señoras y señores, puedo decir, que esta ¡Quemen el río! debe leerse con pasión nacionalista para disfrutar los testimonios inéditos que Emelda nos ofrece.


Señor Pablo Torres entrevistado por la escritora Emelda Ramos

Primero, se trata de una preocupación por la oralidad, esa investigación escuchando de viejas mujeres, especialmente a su protagonista que es Fredesvinda Portorreal, la segunda es la Invasión, que la motivará para anotar esos recuerdos difusos que poco a poco se constituyeron en una obsesión literaria.

Conocíamos algunas referencias, sobre todo las torturas a Cayo Báez por aparecer su foto llena de muestras en la portada de la Revista Letras No. 177 del 7 de noviembre de 1920, a consecuencia de lo cual fue perseguido, encarcelado y expulsado su director, el venezolano Horacio Blanco Fombona, y la publicación tuvo que cambiar su nombre por L.., dirigida valientemente por un puñado de periodistas patriotas.

De esas torturas, ella cita también a otro mártir anónimo: Rosendo Infante, cuyo nombre hay que agregar en ese martirologio, que, a pesar de todo, les conservaron la vida, suerte que no tuvieron otros, víctimas de paredones y todos tipos de torturas imaginables.

Empero, la acción de guerra que da título a la narración: La VI Parte con el título de “La batalla jamás contada” es el alarde mayor de revelaciones inéditas de esta formidable novela.

Como Fredesvinda, La Viuda, Evarista, y otros personajes referenciales serán objeto de los comentarios, tanto de Emelda como por Emilia Pereyra, esa peralteña azuana, figura estelar entre las féminas historiadoras, posible ganadora del Premio Nacional de Literatura, igual que Emelda Ramos, que sabe de esos afanes y ha dejado testimonios históricos importantes de hechos históricos, les hablarán, solo diremos para concluir nuestra presentación, ya que ofreceré en un artículo pormenores que los presentes conocerán, pero no el gran público ausente, solo diremos lo que encabezará esa Revelación.

Manuel Mora Serrano

https://acento.com.do/cultura/quemen-el-rio-de-emelda-ramos-una-gran-novela-testimonial-digna-de-ser-leida-por-nacionalistas-9257270.html



lunes, 6 de mayo de 2019

Sobre el Nuevo Angelario Urbano, de Emelda Ramos

Reynaldo Disla


El libro Nuevo angelario urbano —Antología personal—, de Emelda Ramos, contiene 18 relatos breves o muy breves, ligados por la presencia de narradoras que escudriñan, curiosas, cultas y atentas a los detalles. Relatos unidos por la impronta del deseo, el enamoramiento o la maldad; enlazados por las figuraciones de ángeles terrenales (sin alas, como los de las películas de Pasolini), ángeles de Dios y ángeles caídos. Cuentos fusionados por epígrafes atados intrínsecamente a la historia y a los personajes. Narraciones que recorren geografías urbanas (Santo Domingo, Nueva York, Puerto Rico o París). Discursos mezclados por la música o sus ecos en el recuerdo; y, sobre todo, textos afines en el recurso del suspenso, propio de los maestros del cuento; con la expectación que mantiene al lector atento al desarrollo de la historia, hasta el final sorprendente o sutilmente irónico, y, siempre, definitivo en el cierre de lo que narra.



Es posible que las narradoras, en varios de los relatos, manifiesten algunos rasgos de la autora: Emelda Ramos. Estos entes (las narradoras) mantienen, en todos los microrrelatos, la persistencia de la mirada penetrante, observadora, muy curiosa, minuciosa, imaginativa, y con un sentido del humor controlado, no obstante, permanente y eficaz. Unas narradoras, en diversos cuentos, buena gente, enamoradizas y un tanto románticas, con reacciones propias de creyentes en Dios, y por supuesto, en sus servidores buenos, los ángeles, y en los malos, lacayos de Satanás, los ángeles caídos.

La autora ejerce con prosa precisa, cada frase tiene peso e importancia; ella observa la acción, junto a las narradoras, desde ángulos sorprendentes del tiempo y el espacio. Muestra un dominio instintivo de la psicología de los personajes, y los hace hablar, pensar y actuar, de tal manera, que da la impresión de que estamos leyendo un acontecimiento, crónica o anécdota, que ocurrió de verdad, y NO que leemos textos de ficción. La sensación de verdad, no importa si son sucesos reales o imaginarios, está plenamente lograda en cada historia.


La publicación del Angelario… con sus geografías urbanas, surge, en parte, del propósito de la autora de borrar de este mundo la noción de que ella es una creadora exclusivamente costumbrista o rescatadora de leyendas taínas y campesinas. Algo similar sucedió, y sucede con Juan Bosch, cuya producción cuentística alcanza casi un 20 por ciento de cuentos urbanos, sin contar sus cuentos donde el paisaje rural es observado desde el punto de vista de un personaje urbano, y otros donde un personaje urbano es uno de los protagonistas del relato de ambiente campesino. En Angelario urbano, (2003) y el Nuevo angelario urbano (2019), queda demolida esa percepción o deseo de encasillar a Emelda Ramos.  La acción, en estos cuentos, ocurre en Santo Domingo (muchos en la ciudad colonial), en Nueva York y su subterráneo, Puerto Rico, y París. 


La música atraviesa muchas de las narraciones, a veces como clave estructural; una melodía o su recuerdo acerca a los personajes, los envuelve en ciertas atmósferas esenciales al argumento. Algunos efectos sonoros, además de la música, hacen de la prosa de Emelda Ramos un horizonte de oídos abiertos, donde jamás se ignora que la realidad contada, suena. Se registra el tránsito, a través del angelario, de piezas musicales como Candilejas de Charlie Chaplin, un concierto para clavecín de Jean-Philippe Rameau, románticas melodías de moda que se oyen en un Centro Comercial, una referencia a los Conciertos de Otoño del Carnegie Hall y a Bach, La bamba (de Ritchie Valens) a ritmo de rap, los sublimes sonidos de un acordeón de boca, la “música martillante de las velloneras”, el Aleluya de Haendel, el villancico o aguinaldo dominicano A las arandelas (de Julio Alberto Hernández), La vie en rose (escrita por Édith Piaf), My Sweet Lord (de George Harrison), La serenata de Schubert, entre otras sonoridades que enriquecen el universo sensible de las narraciones, y constituyen elementos fundamentales de lo contado.

Cada historia, desde su apertura, despliega incógnitas que desvelar. Más allá de la frase inicial que agarra, el misterio reside en la situación conflictiva que se inicia, y que a veces emplea más de un enunciado, pero igual sujeta al lector y lo mantiene atento y curioso. Las estructuras narrativas producen efectos similares a los que causan los relatos cinematográficos o televisivos de Alfred Hitchcock, que además de argumentos que van complicándose, implican, de manera relevante, la psicología (manía, fobia u otra patología conductual) de los personajes. Emelda Ramos, como quería Juan Bosch (en sus Apuntes sobre el arte de escribir cuentos), lleva a sus lectores agarrados por la cabeza, amarrados al relato; un relato que transcurre cual flecha disparada a su blanco, que no se desvía, ni para observar el paisaje, por muy bonito que este sea.

Sí observamos bien, los epígrafes de Nuevo angelario urbano, proponen un juego de descubrimientos para el lector. No son simples epígrafes que pegan o combinan con el tema del relato. Más que eso, se relacionan interiormente con la historia, con los personajes y sus acciones. Los epígrafes, versos de poetas dominicanos, plantean una segunda lectura necesaria, para obtener el goce completo de estas obras. Se tendrá una visión más completa de lo que acaba de leerse y experimentarse, si se vuelve nuevamente al epígrafe, y se lee por segunda vez: los hallazgos y sorpresas serán admirables.

Lo femenino, como materia de estudio literario, tiene en este angelario un ejemplo propicio: los detalles que atraen la atención de las narradoras, actitudes ante los problemas, visiones del hombre amado, relaciones familiares, sensibilidad social expresada de una forma muy particular, un tipo de humor al que no me atrevo a ponerle apellido; en fin, que esa percepción femenina de la realidad, que la crítica puede revelar, está aquí, palpable y concreta, y a propósito.

Finalmente, recomiendo disfrutar de la lectura de Nuevo angelario urbano —Antología personal—, un libro valioso en la narrativa dominicana, cuya excelencia garantizo. Muchas gracias.

Nota: Presentación de Reynaldo Disla, en la XXII Feria del Libro, el pasado 28 de abril.

martes, 3 de abril de 2018

ORO DE LEY O LAS CIGUAPAS NO SE PEINAN



“…bajándose por entre las ramas,
una cierta forma de personas,
que no eran hombres ni mujeres,
ni tenían sexo de varón ni de hembra;
procuraron cogerlas, pero ellas se escurrían
como si fueran anguilas…”
Mitos de Creación Taína

El arroyo de Clavijo hace confluencia con el de Juana Núñez y el río Jayabo, creando en un minúsculo delta, un paraje soledoso, verdinegro, habitado con grandes piedras y árboles muy altos, en cuyos troncos se trepan manos poderosas, bejucos caros y otras enredaderas.

Mas, no sólo pedregones habitan el lugar y eso, desde Dios se sabe; por ello también los más viejos jamás osan despertar ni con sus pisadas las grimas del paraje.

La muchachada en cambio, hizo de él la Mesopotamia de sus sueños y aventuras, donde las lianas más fuertes hacen sus delicias, pues en ellas se cuelgan e impulsan de una orilla a la otra del riachuelo, desafiando el peligro de caer sobre uno de esos pedregones.
La tropa de Boy Scouts, adoptó el sitio como escenario de sus recorridos y exploraciones, por lo accidentado del relieve tan rico en sorpresas como una jungla. Al margen de tan seria actividad, había un espacio hacia el que devenían siempre que les sobrevenía el anochecer y era éste el de su predilección.
—¡Ahora, a contar cuentos! —proponía alguien.
—¡Yo me sé uno! —aceptaba otro el reto.
—¡Qué no sea largo! —irrumpía un atrevido.
—¡Y que no sea inventado por ti! —nunca faltaba un crítico.
Entonces cobraban vida los más insólitos seres: duendes, marimantas, hadas, comegentes, gnomos, goeizas, dragones, gigantes, juanbobos, animasenpenas, princesas y galipotes, en un génesis fantástico, que sólo se interrumpía a las voces de las madres.
—¡Chichoooooo! ¡A cenar!
—¡Monchito, no me hagas llamarte otra vez!
—¡Manuel, vengan ya!
—¡Cao! ¡Caooooo!
Y cada uno respondía al reclamo de la vida en sus estómagos y, tomaba la dirección hacia su hogar, que de repente era una verdadera senda de iniciados.
—Recuerda Monchito, ahí no se pisa: es la boca de la cueva del Serpentón.
—¡Cuidado!
—No mires Manuel: no mires esa mata de coco, tú sabes bien lo que es.
—Sí, ya lo sé. No es ninguna mata de coco.
—¡Claro que no! ¡Es una ciguapa!
—Sí, ese tronco pandíao te lo dice; siempre que veas una palma de coco así, regordeta, con tamaño casi como de gente, ya lo sabes: es una ciguapa que se transformó en mata para que no la vean a la luz del sol. ¡A mí no me engañan!
—A mí tampoco Chicho. Las ramas son los cabellos, el tronco se pega a la tierra pandiado, porque son dos pies juntos y al revés y los cocos, son las tetas. ¡Nos está mirando, corre!
—¡Aay!
—¡Caonex, cántale!
—“Ciguapa cigua palmera
Dime tu nombre, dime tu pena.
Si eres guapo, si guapo eres
Sigue mi rastro y lo sabrás”.

Ese Caonex, era el que disputaba con los demás Boy Scouts de su tropa, el derecho a tarzanear en el bejuco… y dicen ellos, que se fue solo, fuera del entrenamiento, para ganar pericia en sostenerse en el péndulo egetal y así poder presumir de un nuevo récord, ante las muchachitas. Y no es cuento lo que dicen:
Una india lo observaba en su delirio trapecista, día tras día y, se prendó de él, pero cuando él lo contó ninguno le creyó: era otro de sus alardes. Muy tarde nos hicimos a la idea de que la apasionada india, aprovechó una tarde total soledad y saltó del río —puente del tiempo— al bejuco.
Pudo ser la sorpresa de verla aparecer en el mismo instante en que se impulsó, pero bien pudo ser que el doble peso echara abajo la liana.
Aquel día, si no cambió, al menos sí trastocó el tono de nuestras vidas. Pues lo cierto es que a Caonex lo lo encontraron yacente sobre las piedras, roto el cráneo y la espalda, los ojos clavados en el mayor de los asombros, en la boca, la roja huella de un beso de mujer y en las manos, en vez de un verde ripio del bejuco, una guedeja de cabello largo y negro a la cual se agarraba con todas sus fuerzas pre-morti. Aquellos cabellos no pertenecían a ninguna mujer lugareña o conocida.
¿De una ciguapa? ¿Era aquella la trenza de una ciguapa?
Fue la primera y más escalofriante de las preguntas —respuestas al enigma.
Las plañideras ayeaban asordinando el llanto de la madre de Caonex que gimiendo le acariciaba, le reconocía el rostro, el pecho, todo el torso, como si quisiera contactar si algo faltaba en ese cuerpo, hechura de su propio cuerpo y aliento de su alma y de pronto, lanzó un grito visceral, que cortó de un tajo todas las colectivas interrogantes.
En su doloroso recorrido por las extremidades, la madre había arrancado de las crispadas manos de su pobre Cao, la mata de cabello femenino, como para librarlo al fin de su maléfico poder, pero he aquí que, aquellos largos pelos eran lacios, gruesos, cortantes como crines y tenían…
—¿Qué es esto?... ¡Dios del Cielo?... ¿Qué es?
—¡Oh!
—¡Una peineta dorada!
Entonces, la memoria viviente del lugar, recuperó para sí el espacio y el tiempo.
Muchos años antes, Pai Francisco, el abuelo de Chicho, bajó de la loma muy tarde de la noche. Y era aquella, la noche final de una epopéyica cogida de café, cuando en medio del monte la columbró.
Era una ciguapa y él fascinado le silbó y le cantó:
—“Ciguapa, cigua palmera
dime tu nombre dime tu pena.
Si eres guapo, si guapo eres
sigue mi rastro y lo sabrás”.
Y por supuesto que la siguió… entre los espesores y los negros boquetes de la noche la persiguió, sin dejarse confundir por las huellas al revés, la rastreó, enredándose entre los bejucos, tropezándose contra bambúes, cortándose con las mayas y enronchándose con las pringamozas, la asedió.
Varias veces la tuvo al alcance de su mano, pero ella se trepaba en los árboles tan vertiginosamente como si tuviera alas y él le cantaba su nombre, al derecho y al revés:
—“Ciguapa, ciguapa
Apugic, apaugic”.
Ella reaparecía al oírlo, mas, corría de nuevo sin detenerse, como la noche hacia la adrugada, que ya estaba cerca y ella lo sabía. Así que, no corría, parecía volar a saltos y, cuando la alcanzó, ya sin aliento él y por eso dando tumbos por el suelo, fue por los cabellos que la tocó, asiéndole tan sólo el pelaje que le llegaba a los pies; pero en el acto, la cabellera se transformó en las largas y desmayadas ramas de una palma de coco que, inmóvil, muy graciosa, quedó con su tronco en tierra, patizambo. Y como es de suponer, esa súbita y estática presencia en el bosque, borró toda la razón, todo el acicate de la maratónica carrera de Pai Francisco, pero no así, la perenne sensación de aquel contacto.
Fue a partir de esa aventura que Pai Francisco se aciguapó: empezó a cargar del monte los tubérculos del bejuco indio, que es como una batata y los enterró aquí mismo, en la mesopotamia de los tres arroyos, que se fue volviendo jungla, pues también propagó el bejuco chino, el maravedí, el cundiamor, el muzú y el bejuco de burro: pero lo que más celaba era el bejuco indio, pues de él fabricaba un mabí de su jugo, que sabe más rico que cualquier cerveza y tejía sus cesterías: canastos, aguaderas, hamacas y tures, para el bohío que entre las marañas se construyó para pernoctar.
Es cierto, las ciguapas tienen los cabellos muy largos, hasta el suelo, pero ya lo dijo él, Pai Francisco, el único que los tocó:
—“Suaves, como barba de maíz son, como suaves estambres de una flor es que son; ah, y sólo su libertad los peina”.
—Entonces, ¿qué razón de ser tendría aquel abalorio? —se preguntaban todos.
Llevaba la extraña peinetilla a Mario Aguasvivas, conocido joyero y amigo de la familia, quien a su vez la mostró a los más expertos orífices de Santo Domingo, el dictamen no tardó:
Está afiligranada en oro y es oro de ley, muy antiguo, quizás de muy antes de La Colonia.

FIN
Emelda Ramos
del libro